domingo, 14 de febrero de 2016

PEHUEN


La Araucaria o Pehuen es un árbol propio de la Cordillera Neuquina en la que anduve por este tiempo. Es un árbol de hojas perennes; está desde su origen llamado a vivir muchísimo tiempo. Varias generaciones de una misma familia son testigos del crecimiento de un árbol, y cada árbol bien podría escribir detalladamente la historia completa de la comunidad que crece y vive allí. Es parte de la identidad del lugar, sin duda, pero también el sitio en donde crece le da una identidad especial. 
Más allá del paisaje que lo apropia y lo acoge, hay algo que tiene el Pehuen que lo identifica y unifica con las personas del lugar. Su modo de dar fruto, tiene a mis ojos una connotación especial: los piñones (fruto) en abundancia y a tiempo crecen en las ramas del Pehuen ofrecidos al cielo. No como la mayoría de los frutos de otros árboles, que crecen colgados de la rama  de origen y al madurar se dejan caer. El gesto del Pehuen, con sus ramas arqueadas hacia arriba, levanta en signo de ofrenda cada uno de sus frutos orientados al cielo. Imagino la ceremonia presente en el gesto: este fruto no me pertenece del todo; fructifico, lo hago crecer, lo acompaño a madurar, y cuando casi está listo lo presento en ofrenda al cielo; agradezco haber tenido el regalo de ser parte de esta vida.
Foto: Ambrosio Lipovec
Ya maduro el fruto caerá, y esa es otra historia.
Así es la gente de este lugar. A puertas abiertas, ofreciendo lo propio, Dios primero, o Dios por delante (como dicen) y entonces sí, lo demás. En casa de Huberlinda, pude ver esto -un signo/regalo más: el primer mate, aún en sus manos, fue llevado hasta afuera y puesto en alto. no sé que palabras mediaron entre el cielo y ella, sé que hubo ofrenda. Fue bonito saberse casi bendecido, invitado a estar no solo por el corazón humano que acogía, sino siendo parte de un encuentro ofrecido que luego se derramó en abundante vida y una compartida linda y sencilla mate de por medio.

El Pehuen sabe que el fruto no le pertenece.
La comunidad Mapuche en la que estuve compartiendo estos días, con una sabiduría preciosa, entiende que la Tierra con todo lo que hay en ella, no es objeto de apropio. A la tierra se le pide permiso, nos acoge no somos sus dueños. Al agua se le pide permiso, se nos da no somos sus dueños, al Volcán se le pide permiso... Así en todo: se habita pero no se apropia. Tan simple como eso, tan hermoso como eso, tan esencial. 
Pehuen y tantos nombres que podría escribir ahora, GRACIAS por recordarnos quienes somos, de dónde venimos, y cuál es nuestro lugar con respecto a todo lo creado.


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