sábado, 12 de septiembre de 2015

el SECRETO de la FELICIDAD


En toda la semana no hemos dejado de hablar del Encuentro y la Fiesta (Bicentenario de Don Bosco). En un mismo movimiento, muchos y desde distintos lugares del país, hemos estado casi en forma continua mirando fotos, reviviendo momentos, compartiendo experiencias; como queriendo asegurar que lo vivido no se nos escurra de las manos -o del alma-. La Buena Noticia es que justamente lo vivido, aquello de lo que pudimos hacer experiencia, queda para siempre ya no solamente en categoría de "recuerdo", sino como parte inseparable de uno mismo.

Me despierto hoy con cierta nostalgia. Extraño. Tengo ganas de "volver", de estar cerca de algunas personas especialmente. Me pregunto cómo es que una experiencia de tres días puede ser tan plena que uno llegue a sentir que ha sido de un sin tiempo compartido, de una eternidad vivida juntos. Le doy vueltas a esto como queriendo extraer cierta fórmula para la vida. 

Hago un ejercicio:  hago memoria por ej. de los tiempos que pude compartir con algún amigo muy especial para mí; sumo los minutos-horas (un mate, un ratito de charla, un chiste, un gesto, una foto...dos, una misa...dos...) Objetivamente no han sido tantos momentos, sin embargo es tan fuerte esa presencia que siento que cada momento ha sido compartido, y es tan intenso ese sentirse en comunión que transfigura unas horas en eternidad. Sigo buscando la fórmula, como si se tratara de la mismísima "fórmula de la felicidad",  y es que en el fondo creo que lo es. He sido tan feliz en algunos encuentros. Me han bastado miradas, gestos, unas pocas palabras para que mi corazón saltara de alegría en el pecho; para que tuviera unas ganas irrefrenables de abrazar y agradecer.

Creo que la tengo: la fórmula de la felicidad es el amor. No es una idea romántica, no, no. Esa plenitud del alma no tiene que ver con los minutos compartidos, tiene que ver con otra cosa. No tiene que ver con la magnitud o la cantidad de los gestos compartidos. No tiene que ver con algo emocional ayudado por un contexto precioso como el que nos ha tocado compartir. Intuyo con una seguridad interesante que la plenitud del alma es directamente proporcional a la experiencia de sentirse y saberse verdaderamente amado. Cuando se es amado bien, cuando el otro nos acoge en su vida con cuidado, con auténtico cariño, la infinitud del amor nos sella a perpetuidad en el corazón: "FELICIDAD". 

Todos tenemos en las manos la llave de la felicidad, solo que todavía no hemos entendido que no abrimos con ella la propia. La llave/clave, consiste en que otro (o muchos otros) hagan experiencia a través nuestro, de sentirse auténticamente amados. Tenemos esa misión, esa tarea. Y si hemos sido bendecidos con esta experiencia tenemos casi la obligación, el deber, de hacer que otros puedan vivir lo mismo, abrir la felicidad en el corazón de los hermanos. En la autenticidad del amor y de la intención, a veces un pequeñísimo gesto marca el corazón para toda la vida. Una sola experiencia de amor así, puede salvar del desamparo, de la tristeza, de la soledad, y ponernos de cara a la VIDA y la ALEGRIA. 

Todo esto, transferido a la experiencia de Fe, al saberse Hijo Amado del Padre, a descubrirse abrazado por ese Amor... (es otro capítulo ♥ )


martes, 8 de septiembre de 2015

No podemos callar lo que hemos visto y oído!

Soy parte. Aunque en teoría inicio camino como "externa" o como "infiltrada", no pasa mucho tiempo, antes de que me descubra en el corazón de la fiesta, en el centro mismo de la experiencia.
Por encima de todo formulario, de mi intentos, de ciertas cláusulas que parecen dejarme fuera; la invitación me llega directo al alma en formato de deseo profundo, de necesidad de agradecer, de mi sed de celebrar con toda la alegría posible.
Sé bien Quien es el que me invita, y no voy a decirle que no. Yo misma le he pedido este detalle, y su Ternura no solo me concede el deseo, sino que además me regala privilegios y mimos que por muy lejos exceden lo que espero.
A pura sorpresa estoy. Me conmueve el sincronismo en los gestos que se suceden uno tras otro, como peldaños debajo de mis pies en ascenso directo a un paraíso precioso formado por canciones, amigos entrañables, encuentros, memorias, miradas, abrazos y alegría actualizada.
No puedo pedir más, me digo. Es demasiado! Parece que va a estallarme el corazón de la alegría. "Me veo y hasta siento envidia de mi misma" -como me decía alguien en estos días- porque parece increíble tanto regalo, estar uno mismo en esta marea de felicidad tan honda. ¡Qué hermoso es experimentarse tan dichoso de ser quien se es y de estar donde se está en ese momento!
Me zambullo en el sueño de alguien que "también me soñó". Vuelvo a empaparme de su vida, y la celebro porque se trata también de mi vida y del entramado hermoso que se ha tejido en el camino con las vidas de tantas personas que quiero y me quieren, que he encontrado o me han salido al encuentro. Un sueño que nos une, desde hace 200 años y para siempre. 
Desde muy dentro reafirmo mi propia identidad, vuelvo a encontrarme en mi familia, a reconocerme en el ADN de un carisma que me enamora, renazco a una alegría que no me podrá ser arrebatada, recupero las ganas de hacer vivir a otros esto que a mí se me ha dado a vivir y que llena de sentido mi modo de pasar por el mundo, encuentro reflejo en las miles de sonrisas y ojos brillantes de emoción que atraviesan el patio de los sueños, el patio cotidiano de nuestra entrega, soy testigo directo de la humanidad en su más bella expresión en los ojos, en las sonrisas, en las delicadezas que tienen mis hermanos para regalarnos a mí y a tantos otros.

Nadie puede robarnos la fiesta. Es verdaderamente NUESTRA, de todos, para todos los que queremos vivirlo así.

¡Nada como sentir que estoy en CASA! ¡Gracias Don Bosco! Tu vida, transformó la mía.


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