Más de una conversación o situación en estos días me conecta con el pasado, con "capítulos" hermosos. Pasados inmediatos y pasados lejanos. Siento nostalgia, un poco, pero sonrío. No es una nostalgia triste.
A veces la memoria viene así: tímida, como pidiendo permiso para despertarnos el alma, va encendiendo las luces por dentro y nos llama. Nos saca del sueño y nos mete sigilosamente en el Sueño mayúsculo. Despertamos, nos reinventamos -palabra que me llego por estos días-, nos hacemos de nuevo un lugar en la historia en la que creíamos.
La memoria nos despierta, nos anima a más, nos avisa de aquello que nos hacía latir el corazón de otra manera. Nos recuerda quienes éramos, y en el eco que trae de aquellos tiempos, nos anuncia con cierta novedad quiénes somos ahora.
Uno pone el alma en el espejo, y reconoce no sin sorpresa que hay señales de dolor y de esperanza casi en partes iguales. Y no hay tiempo para adormilarse en quejas ni arrepentimientos, por "lo que ha querido ser y que no ha sido"; la vida sigue, y mientras tanto hay que andarla despiertos.
Hoy celebro la memoria de aquellos tiempos, de las vueltas del camino, de las cosas que no pensaba, de lo que me perdí y de lo que hice vida. Celebro la nostalgia porque me confirma lo lindísimo de las experiencias vividas, de las personas que conocí. Y celebro este tiempo, y anticipadamente, también celebro el tiempo que vendrá.